Los pasados 7, 8 y 9 de noviembre, Lima se convirtió en la sede de la primera Cumbre Nacional de Jóvenes Cristianos Políticos, evento organizado por Una Voz Diferente y promovida por diversas organizaciones evangélicas y católicas, que busca reunir a líderes y jóvenes de diferentes iglesias bajo la promesa de renovar la política peruana con valores cristianos. Bajo el lema “Ciudadano y Creyente”, esta cumbre pretende fortalecer la participación de jóvenes creyentes en los espacios de decisión pública.
Aunque se presentó como un espacio de formación y liderazgo juvenil, las intervenciones de sus principales exponentes, entre ellos los congresistas Milagros Aguayo y Alejandro Muñante, de Renovación Popular, evidenciaron un tono más doctrinario que cívico, más cercano a la prédica que al debate democrático. Este escenario despierta interrogantes sobre el rol que la religión debe jugar en un Estado laico como el peruano y sobre los límites entre la fe personal y la agenda partidaria.
El encuentro se realizó en dos espacios simbólicos: la “Casa del Padre” y la Municipalidad Metropolitana de Lima, actualmente gestionada por Renzo Reggiardo, tras la renuncia de Rafael López Aliaga. La elección de estos lugares no fue casual, la combinación de templo y gobierno municipal representa de manera literal la fusión entre fe e institucionalidad política que caracteriza a esta cumbre.
Fe, poder y discurso moral
En los últimos años, Perú ha sido testigo del crecimiento de un discurso político que invoca la moral cristiana como solución a los problemas sociales. Desde bancadas parlamentarias hasta movimientos locales, la religión ha vuelto al centro del debate político, pero no siempre desde la pluralidad ni la inclusión. En este escenario, la Cumbre, presentada como un “espacio de capacitación”, terminó revelando el auge de un lenguaje que asocia la política con una batalla espiritual, donde el adversario no es el otro ciudadano, sino un enemigo moral abstracto.
Para la congresista de Renovación Popular, Milagros Aguayo, “la política es un campo misionero”. Durante su intervención afirmó que “si los que tenemos una relación con Dios no estamos dispuestos a cargar la cruz de la política, entonces no entendemos los tiempos que vivimos”, advirtiendo que el mundo está “bajo la opresión de una agenda mundial que va directamente contra la creación de Dios”.
Su discurso traslada la lógica religiosa del sacrificio y el martirio al terreno político. Hablar de una “cruz que cargar” – alegoría que también ha sido empleado por Rafael López Aliaga – y de una “agenda mundial opresora” configura una narrativa apocalíptica, donde los creyentes deben resistir al mundo moderno y secular, reforzando la idea de una única identidad cristiana política.
El congresista Alejandro Muñante, también de Renovación Popular, reforzó esta narrativa bajo la afirmación “vamos a enfrentar tiempos muy difíciles, tiempos donde incluso van a pedir nuestras cabezas, van a pedir que nos encarcelen por decir lo que nosotros decimos, por hablar conforme a nuestros principios y convicciones…tenemos que prepararnos”. El mensaje es claro: el poder político se concibe como una guerra espiritual, no como un ejercicio de representación democrática.
Asimismo, declaró que los cristianos están sucumbidos en “un sistema que ha decidido darles las espaldas a Dios, un sistema diseñado para perseguir y acallar a los cristianos”.
Este tipo de retórica busca infundir temor y cohesionar a los fieles bajo la sensación de persecución. Transforma la política en una cruzada, y a sus seguidores en soldados de una batalla cultural y espiritual. Bajo esta lógica, la disidencia se convierte en cobardía y falta de proximidad a Dios, y el pluralismo cultural, en una amenaza a la verdad divina.
El evento también contó con la presencia del regidor metropolitano Leo de Paz, quien destacó la necesidad de “fortalecer estrategias legislativas y comunicacionales que promuevan los valores cristianos en el debate público”. Aunque su mensaje buscó ser de calidad institucional, revela la intención de convertir la moral religiosa en plataforma legislativa, lo que tensiona los principios del Estado laico peruano.

Lejos de representar una apertura al diálogo, la Cumbre muestra el intento de formar un bloque político confesional, capaz de incidir en leyes y políticas públicas desde un marco de fe particular.
Que un evento de esta naturaleza se celebre en espacios oficiales como la Municipalidad de Lima muestra cómo la institucionalidad pública se pone al servicio de un proyecto ideológico confesional, que aspira a formar una generación de cuadros políticos bajo un mismo marco de fe.
La preocupación no radica en la religiosidad personal, sino en la instrumentalización de la fe como herramienta de poder, donde los símbolos religiosos reemplazan a los argumentos políticos.








