Hoy se vive una jornada que combina rabia, exigencia y cierta esperanza: colectivos juveniles que se identifican como la ‘Generación Z’ lideran una movilización nacional para este 14 de noviembre, y lo hacen con el apoyo, aunque no pleno, de gremios de transportistas que no quieren seguir en silencio.
La marcha arranca en Lima frente al centro histórico, con epicentro en la Plaza 2 de Mayo a las 17:30 h, y luego hacia el Congreso de la República. Ya se han sumado regiones como Arequipa, Lambayeque y Puno, lo que le da a la convocatoria un carácter nacional.
¿Qué reclaman? En primer lugar, que se deroguen las llamadas “leyes pro-crimen”, normas que según los manifestantes fueron producidas por este Congreso para blindar intereses y fomentar el terreno del crimen organizado.
También piden justicia para víctimas de la violencia estatal y criminal, entre ellas el joven artista Eduardo Ruiz Sanz, conocido como “Trvko”, cuya muerte durante una protesta resuena como símbolo de impunidad.
En este escenario se inserta un actor clave: los transportistas. Aunque no habrá un paro tradicional del transporte —los servicios operarán con normalidad— el gremio decidió acompañar la marcha de la Generación Z como una forma de visibilizar su propia crisis.
Según Julio Campos, vicepresidente de la Alianza Nacional de Transportistas, “nosotros no apoyaremos al paro como tal. Sin embargo, sí marcharemos, junto a los jóvenes, hacia el Congreso en respaldo al pedido de seguridad para nuestros compañeros”.
La motivación de los transportistas es clara: extorsiones crecientes, informalidad laboral, violencia alrededor de su actividad diaria. Y al alinearse con la Generación Z, el mensaje es doble: no solo exigen protección, también cuestionan un sistema que los expone.
El contexto político y de seguridad es tenso. En la capital, la Municipalidad Metropolitana de Lima declaró intocable la Plaza San Martín para la jornada, lo que evidencia un ambiente de control reforzado antes de la protesta.
Por su parte, la Policía Nacional del Perú alertó que no tolerará actos violentos y se desplegó para evitar desmanes.
La convergencia entre jóvenes indignados y trabajadores del volante dibuja una foto nueva en la protesta peruana: no es solo un grito generacional, tampoco sólo un paro afiliado. Es la intersección de quienes sienten que cada día el país los abandona: jóvenes sin futuro, choferes sin protección, ciudadanos sin respuesta.
Lo que viene esta tarde será una prueba: cuán profundo es el disenso, cuán amplias las alianzas y, sobre todo, si las autoridades escuchan o responden. Porque marchar es fácil, pero que algo cambie es verde intenso de otra naturaleza.









