El pasado 23 de noviembre, las autoridades colombianas lograron rescatar a 17 niños, niñas y adolescentes pertenecientes a la secta judía fundamentalista Lev Tahor, localizada temporalmente en el municipio de Yarumal. Este grupo es conocido internacionalmente por su aislamiento extremo, prácticas coercitivas y numerosas denuncias de abuso infantil.
El operativo fue encabezado por Migración Colombia, en coordinación con el Gaula Militar del Ejército Nacional, luego de recibir reportes sobre la presencia irregular de varias familias del grupo en el país. En total, eran siete familias que habían ingresado los días 22 y 23 de octubre, procedentes de Nueva York y Panamá. Cinco de los menores rescatados tenían incluso circular amarilla de Interpol, emitida para alertar sobre desapariciones de niñas, niños y adolescentes en riesgo de trata, secuestro u otros delitos.
Actualmente, todos los menores se encuentran bajo protección estatal y reciben acompañamiento constante de psicólogos, trabajadores sociales y especialistas en infancia. Paralelamente, las autoridades investigan si los adultos buscaban instalar una base operativa de la secta en Colombia para continuar actividades ilícitas atribuidas previamente a este grupo. Según los primeros reportes, los menores vivían bajo un régimen de aislamiento absoluto, sometidos a adoctrinamiento severo, castigos físicos, matrimonios forzados o arreglados, restricciones alimentarias y médicas, y prohibición total de contacto con familiares externos.
¿Qué es Lev Tahor?
A diferencia del judaísmo ortodoxo —que, aunque conservador, opera dentro del marco de la ley y la vida comunitaria— Lev Tahor representa un caso de fundamentalismo religioso. El grupo fue fundado en la década de 1980 por Shlomo Helbrans y desde entonces ha sido catalogado como una secta debido a su interpretación rígida y distorsionada de la Torá, el Talmud y la literatura religiosa judía.
Mientras que el judaísmo ortodoxo acepta la tradición como revelación divina, pero convive con ciertos marcos legales modernos, Lev Tahor adopta una lectura sumamente literal y cerrada, sin espacio para el análisis o la crítica bíblica. Sus prácticas incluyen matrimonios forzados, abuso infantil, castigos físicos y un control absoluto sobre la vida cotidiana de sus miembros. Se estima que la secta reúne alrededor de 300 personas, organizadas en una estructura endogámica donde los miembros originales —hoy en su mayoría abuelos— han casado a sus hijos dentro del grupo. Las nuevas generaciones crecen sin contacto con el mundo exterior, sin acceso a educación formal ni alfabetización en idiomas distintos del yidis, sin juguetes, libros ni recursos fuera de los textos religiosos permitidos. Esta socialización profundamente aislada crea un ambiente cerrado, ignorante y empobrecido, donde la dependencia hacia los líderes espirituales es total y la posibilidad de abandonar el grupo es prácticamente inexistente.
Los miembros del grupo han vivido en Canadá, México, Guatemala, Estados Unidos y ahora en regiones aisladas de Guatemala y América Central.
Esta noticia subraya los peligros del fundamentalismo religioso, en especial en el desarrollo de la niñez. Asimismo, reabre el debate sobre los límites la libertad religiosa y la protección de los derechos humanos. Lev Tahor es un ejemplo extremo de cómo una interpretación fundamentalista y coercitiva de la fe puede traducirse en graves violaciones de los derechos de la niñez (matrimonios forzados, abuso y aislamiento educativo). En estos contextos, es obligación de los Estados proteger la niñez y reafirmar que ninguna práctica religiosa o cultura puede estar por encima del bienestar físico y emocional de los menores y de la población en general.








