En una reciente entrevista con el creador de contenido Carlos Orozco, el líder de Renovación Popular, Rafael López Aliaga, volvió a ocupar el centro del debate público con una serie de declaraciones que, más que presentar una visión de gobierno, reflejan un preocupante discurso populista, un uso errático del lenguaje y una actitud abiertamente confrontacional hacia la prensa, adversarios políticos y la ciudadanía.
Desde sus primeras intervenciones, López Aliaga calificó a diversos medios y periodistas de ser “pagados por Vizcarra”, llegando a incluso afirmar que el ex presidente Martín Vizcarra fue un genocida y que aquellos que son “cómplices” no son “periodistas”. En este contexto, señaló al diario La República y a otros medios independientes como La Encerrona y El Foco.
Sobre el diario La República, llegó a decir: “su verdadero censor son las redes sociales. Gente miserable que hay que procesarla. Denuncia por traición a la patria. Esos hijos de puta” El tono, marcado por insultos y amenazas judiciales, trasciende la crítica política y entra en el terreno de la intimidación, reflejando una peligrosa tendencia: la de criminalizar la crítica y deslegitimar a la prensa.
Consultado sobre las críticas a su gestión municipal y las obras inauguradas sin terminar, López Aliaga insistió: He ahorrado mil millones por año. Es normal tener deuda. Inauguro [obras incompletas] porque así le alivio la vida a un montón de gente” El argumento revela una incoherencia técnica y ética ya que busca justificar la inauguración de obras inconclusas como un acto de ayuda ciudadana con una lógica que confunde gestión pública con improvisación política.
Y cuando añade que todo se está “cambiando con tecnología italiana, tipo Miami”, el discurso se traslada del terreno administrativo al del marketing emocional porque claro, recordemos que estamos en plena campaña electoral.
Otro momento clave de la entrevista fue su ataque directo al periodista Gustavo Gorriti, a quien ya ha atacado en repetidas ocasiones. En esta oportunidad, lo describió como “el hombre que maneja toda la caviara, el rey del Perú, el que maneja el país”. Asimismo, declaró que “a ese señor hay que meterlo a la cárcel.”
Este tipo de afirmaciones, sin sustento ni evidencia, forma parte de la estrategia discursiva recurrente en López Aliaga: la creación de enemigos simbólicos internos —“los caviares”, “las ONGs”, “los comunistas”, “los periodistas”— para construir una identidad política basada en la persecución y la paranoia.
Negar los hechos para reinventar la historia
Entre sus declaraciones más contradictorias, López Aliaga afirmó que “el Congreso debe ser unicameral”, pese a que la bancada de Renovación Popular votó a favor del retorno a la bicameralidad.

La confusión se agrava cuando el entrevistador le recuerda que él mismo postula al Senado, y el líder responde con un desconcertante: “me aburro, pero me ajusto a la realidad. Yo con mi chanchito voy jalando gente. Tengo que poner la cara. Estoy dejando un costo oportunidad bien grande que es mi libertad”. Este mensaje, que combina autoindulgencia con populismo caricaturesco, refleja una falta de seriedad y comprensión institucional en quien aspira a dirigir el país. Bajo esa lógica, toda oposición se convierte en traición, y toda crítica, en ataque personal.
Asimismo, este tipo de expresiones no solo banalizan la política; también evidencian una visión instrumental del poder, donde las instituciones existen solo mientras sirven a su proyecto personal.
Otro de los momentos más reveladores fue cuando López Aliaga negó que su bancada hubiera respaldado reiteradamente a Dina Boluarte, pese a que los registros del Congreso muestran al menos siete votaciones donde Renovación Popular se opuso a su vacancia. Al ser confrontado, respondió: “Eso es falso. Yo he ido cinco, seis veces por escrito y oralmente (…) [decirle] Señora, hay que implementar estas medidas dichas por la política nacional, el ejército, la marina que sabe derrotar a los terrucos urbanos, y la señora no hace caso”
El populismo mesiánico
En varios pasajes, López Aliaga intenta proyectarse como el único político “capaz de salvar al Perú”, repitiendo frases como “yo pongo la cara, yo pago el costo de mi libertad.”
Este tipo de retórica refuerza una narrativa mesiánica en la que el líder se presenta como mártir del sistema, víctima de lo que López Aliaga denomina “caviarismo” y salvador del pueblo. El problema es que detrás del dramatismo religioso y la indignación moral se oculta una peligrosa convicción: la de que el poder personal está por encima de las instituciones.
Su lenguaje no es el de un demócrata, sino el de un líder que exige obediencia, desprecia la crítica y rehúye la responsabilidad.








