La persecución de cristianos en Nigeria continua. A finales del mes de agosto se dió un nuevo episodio de violencia en el estado de Borno, al noreste de Nigeria. Se perpetraron dos ataques por parte del grupo terrorista Boko Haram, que terminaron con la vida de ocho cristianos.
El primer ataque ocurrió el 30 de agosto en Ngoshe, donde cinco agricultores cristianos fueron asesinados mientras trabajaban en sus tierras de cultivo. El segundo hecho tuvo lugar al día siguiente en Askira-Uba, donde tres cristianos fueron asesinados mientras dormían en sus hogares, según informó el diario Daily Trust.
La agrupación Boko Haram, responsable del siniestro se autodenomina como “la revolución islámica”, una red internacional extremista que busca derrocar el estado nigeriano para instaurar el califato islámico. Para lograr su fin utilizan la violencia como herramienta política y religiosa, derivando en secuestros, asesinatos y desplazamientos masivos en nombre del Islam.
Casos como este visibilizan los conflictos religiosos a nivel global, la instrumentalización de la fe como arma de dominación y control, donde lo espiritual se convierte en una excusa para legitimar la violencia.
Sin embargo, en Nigeria existen esfuerzos por preservar la fe, diferentes movimientos y organizaciones buscan la manera de forjar comunidades de resistencia y fe, como la Iglesia bajo el puente en Lagos, que reúne a ciudadanos marginados de la sociedad, quienes hallan en esta comunidad un refugio libre de juicios y con el corazón abierto.
La contradicción es evidente: mientras unos utilizan el nombre de la religión para sembrar el terror, otros la convierten en un espacio de esperanza y dignidad. Nigeria encarna hoy esa lucha entre la fe que mata y la fe que salva.
