En el corazón de Lagos, Nigeria, existe un templo sin paredes ni techo: la Church Under the Bridge. Fundada por el pastor Emeka Eze, esta congregación nació el 13 de julio de 2024 cuando, según relata, sintió un llamado divino a predicar en las calles donde la ciudad olvida a sus más vulnerables.
“Escuché en mi espíritu que sé mucho y que hay gente que necesita escuchar lo que sé… debía llevar mi parlante y predicar allí”, contó Eze a Religion Unplugged.
Lo que comenzó como una prueba de sonido reunió a siete personas; hoy, bajo el puente de Jakande, se congregan 78 fieles que encuentran en ese espacio improvisado algo más valioso que un sermón: una comunidad.
Los asistentes de esta iglesia no llegan buscando un escape; muchos viven allí, bajo el concreto, debido a la pobreza extrema, el consumo de drogas, antecedentes penales o deudas.
En Lagos, donde más de 20 millones de personas habitan en una ciudad de apenas 1.171 kilómetros cuadrados, los puentes se han convertido en refugio para quienes la sociedad margina. Consciente de esa realidad, Eze decidió construir una iglesia donde las paredes son innecesarias.
“Aquí no juzgamos, aquí escuchamos”, afirma Ikpemeawan Ikpeme, trabajador social y voluntario en el ministerio. Además de predicación, los voluntarios ofrecen alimentos, compañía y orientación espiritual, convirtiendo ese rincón de concreto en un oasis de dignidad.
Nigeria es la economía más grande de África, pero también uno de los países más desiguales del continente. Según el Banco Mundial, 87 millones de nigerianos viven en pobreza extrema, mientras que el desempleo y el acceso limitado a servicios básicos afectan principalmente a jóvenes y minorías. En este contexto, iniciativas como la iglesia bajo el puente más que una expresión de fe, es un acto de resistencia social.
En Lagos también existen ministerios que buscan integrar a otras comunidades marginadas. La Evangelical Church for the Deaf, fundada en 1956 en Somolu, se ha convertido en un faro para las personas sordas y con discapacidad auditiva.
Estas instituciones se han convertido en símbolo de un evangelio que no espera a que los marginados entren a templos lujosos, sino que los busca en los rincones más oscuros de la ciudad. Un parlante, un pastor y un grupo de voluntarios han hecho lo que muchas veces el Estado y las grandes iglesias no logran: ver, escuchar y acompañar.







