La política exterior del gobierno de Javier Milei ha marcado un giro abrupto y sin precedentes en la relación histórica de Argentina con Medio Oriente. Pese a que el presidente se autodefine como católico, su discurso y sus gestos simbólicos lo han acercado cada vez más al judaísmo. Desde sus reiteradas referencias a elementos simbólicos de esta tradición hasta su decisión de estrechar la alianza con el Estado de Israel. Esa dualidad, religiosa y política, se vuelve especialmente visible con la reciente presentación de los llamados “Acuerdos de Isaac”, propuesta argentina inspirada en los “Acuerdos de Abraham” impulsados por Estados Unidos en 2020.
La visita oficial del ministro de Relaciones Exteriores israelí, Gideon Sa’ar, fue el escenario perfecto para esta declaración: Argentina se posiciona como promotor regional de una iniciativa destinada a reforzar la cooperación política, económica, tecnológica y cultural con Israel. Pero más allá del lenguaje diplomático, los Acuerdos de Isaac responden a un contexto internacional cada vez más incómodo para Tel Aviv, enfrentado a acusaciones de violaciones de derechos humanos por su ofensiva militar en Gaza.
Una campaña para reposicionar a Israel en América Latina
Mientras países como Brasil, México, Chile, Bolivia, Venezuela y Colombia han condenado la actuación militar israelí, algunos incluso calificándola de genocidio —como lo hizo el presidente Lula da Silva en la Asamblea General de la ONU—, el gobierno argentino eligió otro camino. Bajo el gobierno de Milei, Buenos Aires pasó de su tradicional posición de apoyo a las demandas palestinas a convertirse en uno de los aliados más firmes de Israel en el mundo.
Desde los primeros días de gestión, este cambio fue evidente. Tan solo los primeros días de su gobierno, Argentina se abstuvo en la votación de un alto al fuego humanitario inmediato, y en 2024 votó en contra del proyecto que promovía otorgar a Palestina la condición de miembro pleno de la ONU. Estos gestos representan un quiebre definitivo con décadas de política exterior argentina.
En ese marco, los Acuerdos de Isaac funcionan como un instrumento estratégico: una plataforma regional que, bajo el discurso de la cooperación y la lucha contra el terrorismo, busca mejorar la imagen de Israel en Sudamérica y construir alianzas ideológicas estables con gobiernos afines. Los primeros países objetivo —Uruguay, Panamá y Costa Rica— no son casuales: comparten afinidades políticas, económicas y de seguridad que facilitan este alineamiento.
El acercamiento de Milei a Israel no puede leerse únicamente en clave geopolítica. El presidente argentino ha desarrollado una relación simbólica intensa con el judaísmo. Desde su campaña ha sostenido que encuentra inspiración espiritual en esta tradición, ha viajado a Israel en peregrinación política y ha reiterado públicamente su deseo de convertirse formalmente al judaísmo.

Esta dimensión personal alimenta la narrativa de un vínculo “existencial” con Israel. Milei no solo se presenta como un aliado estratégico, sino también como un defensor moral del Estado judío.
“Mientras la gran mayoría del mundo libre decidió darle la espalda al Estado judío, nosotros le dimos la mano”, declaró durante un evento organizado por la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA).
El resultado es una política exterior donde la identidad religiosa, ya sea propia o admirada, se mezcla con la alineación internacional. En un discurso reciente, Milei aseguró que su gobierno tendrá “tolerancia cero al antisemitismo” y que la alianza con Israel se articula en torno a “valores como la libertad y la lucha contra el terrorismo”. Este enfoque, profundamente ideologizado, puede fortalecer lazos bilaterales, pero también polarizar la posición de Argentina ante la comunidad internacional.
Los Acuerdos de Isaac apuntan a la creación de un bloque multinacional que sostenga una relación estratégica con Israel. Más que un acuerdo formal entre Estados, se trata de una red de afinidades políticas enmarcada en el lenguaje del “contraterrorismo” y la defensa regional. En la práctica, esto podría traducirse en mayor cooperación en seguridad, tecnología militar, comercio, innovación, etc.

No obstante, el riesgo es evidente. Establecer una política exterior basada en alineamientos ideológicos antes de consensos regionales puede llegar a aislar a Argentina de sus principales socios sudamericanos y tensionar espacios multilaterales de cooperación, como lo es Mercosur.
El gobierno de Javier Milei no solo ha modificado las coordenadas de la política exterior argentina hacia Medio Oriente, sino que también ha colocado a Israel en el centro simbólico y político de su identidad política. Su acercamiento, al mismo tiempo religioso, personal, estratégico y económico, se articula mediante estas iniciativas que buscan consolidar un eje regional pro-Israel en un momento de fuerte cuestionamiento global a las acciones del Estado israelí.
Es en este escenario que está medida adquiere un valor estratégico: limpiar la imagen de Israel y posicionarlo como un aliado importante en la región.







