El domingo 21 de septiembre, la organización Turning Point USA organizó en honor al activista ultraconservador fallecido Charlie Kirk un homenaje funerario en Arizona, evento que reunió a más de 70 mil asistentes y contó con la presencia del presidente Donald Trump y altos funcionarios de su gobierno.
La ceremonia, más que un simple funeral, trascendió el carácter religioso y se convirtió en un escenario político. Hubo cánticos evangélicos, mensajes de pastores influyentes y discursos cargados de simbolismo, en los que se presentó a Kirk como un “mártir de la libertad americana” Para la base republicana, el activista se transformó en un emblema de resistencia frente a lo que denominan “cultura progresista” y el abandono de los valores cristianos en la sociedad estadounidense.
El contraste entre los discursos fue evidente. Mientras Erika Kirk, viuda del activista, apeló a la reconciliación y al perdón al afirmar que “la respuesta al odio no es odio”, Trump adoptó un tono beligerante al declarar “odio a mis oponentes y no quiero lo mejor para ellos”. Este contraste reflejó la manera en que la figura de Kirk es utilizada para profundizar la división política.
Sin embargo, lo que más llamó la atención fue el giro en el discurso de Donald Trump, que pasó de un homenaje a la memoria de Kirk a una plataforma de propaganda política. En pleno funeral, el expresidente destacó la eficacia de los aranceles impuestos por su gobierno a otros países y llegó incluso a afirmar que su administración había encontrado “la respuesta para el autismo”, declaraciones que desbordaron por completo el tono conmemorativo del evento.
Por otro lado, el protagonismo otorgado a Kirk contrasta con el silencio político y mediático en torno a otras figuras públicas fallecidas recientemente en escenarios de violencia política, como la funcionaria demócrata Melissa Hortman, quien fue asesinada en junio del presente año junto a su esposo y su mascota. Su asesinato pasó prácticamente desapercibido, a pesar de que el propio gobernador de Minnesota, Tim Walz, advirtió que se trató de un crimen con «motivaciones políticas«, perpetrado por un simpatizante de extrema derecha. Frente a este hecho, Trump se limitó a publicar en la red social X que la violencia política “no será tolerada”, sin promover mayores homenajes ni pronunciamientos de su gobierno.
La diferencia en la respuesta oficial fue notoria ya que mientras por Kirk se dispuso que la bandera ondeara a media asta en la Casa Blanca, un gesto reservado tradicionalmente a tragedias nacionales, Hortman no recibió reconocimiento institucional alguno a pesar de que ella sí era funcionaria pública. Consultado sobre si era apropiado extender este honor también a ella, Trump respondió simplemente: “no estoy familiarizado con ella, ¿Quién?”.
Reporter: Do you think it would have been fitting to lower the flags for Melissa Hortman who was killed as well?
— Acyn (@Acyn) September 15, 2025
Trump: Uh, I’m not familiar, who? pic.twitter.com/DWLJrqZe8R
Esta ausencia de homenajes oficiales a Hortman, pese a su trayectoria institucional, evidencia cómo la muerte también se politiza ya que mientras unos se convierten en estandartes partidarios, otros son relegados al olvido. Lo que para unos es un tributo sincero, para otros constituye la confirmación de que incluso los funerales pueden ser instrumentalizados políticamente y convertidos en escenario de polarización.
La politización de la muerte de Kirk refleja una tendencia en la política estadounidense, una cada vez más presente en el Perú: la instrumentalización de la fe, el duelo y la violencia política como herramientas para reforzar narrativas partidarias afines al aparato estatal y movilizar a la ciudadanía. En un contexto de creciente polarización y fácil acceso a armamento, la frontera entre la devoción y la confrontación política se vuelve cada vez más peligrosa.







