La Unión Europea de Radiodifusión (UER) anunció la semana pasada que Israel seguirá participando en el Festival de Eurovisión 2026, pese a los crecientes cuestionamientos de la comunidad internacional por su ofensiva militar en Gaza y las múltiples investigaciones por violaciones de derechos humanos. La decisión ha reactivado un debate incómodo: ¿por qué Israel continúa en el certamen mientras Rusia permanece fuera desde 2022 tras la invasión de Ucrania?
Desde el inicio de la guerra en Gaza, diversos países europeos, organizaciones de derechos humanos y cientos de artistas han demandado la exclusión del gobierno de Israel, argumentando que Eurovisión, como plataforma cultural de alcance global, no debería permitir ni normalizar la participación de un Estado con acusado de crímenes de guerra y responsable de la muerte de miles de civiles. Es más, en noviembre del 2024, la Corte Penal Internacional anunció una orden de detención contra el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y contra el ministro de Defensa, Yoav Galant por efectuar crímenes de guerra y contra la humanidad. Un año después, en noviembre del 2025, las Naciones Unidas calificó como “genocidio” las acciones militares israelíes en Gaza. A pesar de este contexto, la UER decidió mantener su postura: Israel seguirá concursando.
Esta decisión es sumamente controversial al recordar que Rusia fue excluida de manera inmediata, apenas 48 horas después del inicio de la invasión a Ucrania en febrero del 2022. En ese momento, la EUR argumentó que permitir la presencia y participación de Rusia en un evento como Eurovisión “desacreditaría” la competencia y contradiría los valores del festival. Paradójicamente, el mismo comunicado insistía que Eurovisión es un evento “apolítico”. Ese año, Ucrania ganó el certamen en un gesto ampliamente interpretado como apoyo simbólico en plena guerra. Desde entonces, se ha impedido el retorno de Rusia al festival. Entonces ¿Por qué Israel no ha recibido el mismo trato?
La diferencia de respuesta evidencia un doble estándar difícil de entender y justificar. Mientras Rusia fue excluida de inmediato por violar el derecho internacional, Israel ha seguido participando en 2024, 2025 y ahora 2026, pese a denuncias ampliamente documentadas, miles de víctimas civiles y un consenso internacional cada vez más crítico. El resultado es la percepción de un doble estándar: se sanciona a unos países con severidad y se tolera a otros pese a cuestionamientos igualmente graves.
Al mantener una postura firme contra la ofensiva rusa en Ucrania, pero optar por la pasividad ante las violaciones cometidas en Gaza, Europa proyecta una imagen selectiva de su compromiso con los derechos humanos. La decisión de la UER deja entrever que factores geopolíticos, económicos y militares influyen más que los principios éticos que el festival dice defender. Por lo tanto, es inevitable preguntarnos: ¿Puede Eurovisión seguir presentándose como un evento “apolítico” cuando sus decisiones tienen implicancias diplomáticas evidentes?
Las reacciones no tardaron en llegar. España, Países Bajos, Eslovenia, Islandia e Irlanda ya anunciaron que no participarán en Eurovisión 2026 en señal de protesta y solidaridad con Palestina. Además, la Corporación de Radio y Televisión Española (RTVE) ha anunciado que no pretenden ni emitir el festival. Diversos colectivos artísticos también han convocado a un boicot internacional.
Eurovisión pierde con España su tercera mayor audiencia.https://t.co/UIGbRTodZ5 pic.twitter.com/N7fAhnCnWG
— EFE Noticias (@EFEnoticias) December 5, 2025
En última instancia, la permanencia de Israel y la exclusión prolongada de Rusia demuestran que la UER sí toma decisiones políticas, aunque sin reconocerlo abiertamente. Y esas decisiones están moldeando no solo la reputación del festival, sino también el debate europeo sobre coherencia ética.











