Cuando el Frente Popular Agrícola FIA del Perú – en adelante, Frepap – irrumpió en la escena política peruana, muchos se rieron con incredulidad y expresaron su indiferencia y rechazo. Las pantallas de la televisión peruana se llenaron de túnicas, largas barbas y dogmas bíblicos. Sin embargo, con el tiempo, su presencia reveló una verdad incómoda para quienes manipulan la comunidad creyente desde el púlpito, pero prefieren no ensuciarse las manos.
Los autodenominados «israelitas del nuevo pacto”, alegoría mesiánica y exótica que usan para presentarse como descendientes de la diáspora judía, son un partido político agrario y fundamentalista cristiano fundado por Ezequiel Ataucusi, que en el 2020 logró alcanzar el 8.38% del voto popular, obteniendo 15 escaños en el Congreso de la República. No esperaron a que un candidato los representara, sino que decidieron formar su propia ideología política cristiana, crear su partido y asumir la responsabilidad de proponer un proyecto nacional frente a la evaluación e interpretación de la realidad nacional. Lo hicieron desde sus convicciones, sin disfrazar su identidad ni esconder sus motivaciones. Y, aunque probablemente la gran mayoría podemos no concordar con su visión teocrática y fundamentalista, hay algo que no se les puede negar: la coherencia.
Su discurso mezcla una fuerte dimensión mesiánica andina, visible en la mención recurrente al Tahuantinsuyo como promesa de restauración moral y social. Esta narrativa retoma imaginarios del “retorno del Inca” y pretende imponer una ética y moral anacrónica, que rechaza los valores de la modernidad republicana como la igualdad de género y los derechos de las mujeres. Por eso, este artículo no busca admirar ni romantizar al Frepap. Su historia también está marcada por acusaciones internas, escándalos y visiones conservadoras que en muchos casos contradicen los principios democráticos y de igualdad. Lo que se subraya aquí no es su pureza, sino su coherencia en actuar políticamente con sus propias reglas, mientras otros movimientos religiosos prefieren lanzar mensajes partidarios disfrazados de sermones.
Porque a diferencia de otros círculos religiosos, quienes aseguran no meterse en política, pero terminan apoyando – e incluso manipulando la opinión pública – partidos políticos cuestionados o prestando sus púlpitos para realizar propaganda política; el Frepap, con todas sus singularidades, actuó desde el frente, siendo coherente a sus intereses y discursos. No esperaron a encontrar un partido o candidato que use la imagen de Dios para recolectar votos y generar complicidad religiosa, sino que ellos llevaron su Dios a la agenda pública.

En esta línea de ideas, es prudente aclarar que nosotros no buscamos promover la anexión de la religión con la política ni creemos que la fe deba ocupar un espacio en el Estado ni que la moral de la iglesia deba dictar las leyes ya que defendemos la libertad religiosa. Pero, al César lo que es del César. Hay más honestidad en quien asume su fe como bandera política, que en quien predica y afirma “no meterse en política” mientras dicta desde el púlpito que candidato o personalidad pública representa los mandatos de Dios.
La lección no está en imitar el partido del Frepap, sino en reconocer el hecho de actuar con coherencia y transparencia. En el actual escenario comunicacional, muchos prefieren lanzar piedras desde la comodidad del templo o tras una pantalla, para luego esconder la mano cuando toca rendir cuentas.






