Legisladores de la Cámara de Representantes de Estados Unidos publicaron más de 20 mil páginas de documentos y correos electrónicos que vincularían al presidente Donald Trump con Jeffrey Epstein, el financiero multimillonario condenado por abuso sexual y trata de menores, quien se suicidó en una prisión federal en 2019.
Según los documentos divulgados, Epstein habría sugerido en sus comunicaciones que Trump conocía su conducta delictiva, e incluso algunas de las pruebas lo relacionarían directamente con una de las víctimas. Si bien la autenticidad y el contexto de los correos aún están en revisión, el contenido ha generado un intenso debate público sobre el grado de cercanía entre ambos antes del escándalo.
La Casa Blanca negó de inmediato las acusaciones. Karoline Leavitt, portavoz presidencial, calificó las revelaciones como declaraciones “de mala fe” destinadas a “desviar la atención de los logros históricos del presidente Trump”. Por su parte, Trump ha reiterado que nunca tuvo relación ni conocimiento de las actividades criminales de Epstein.
Sin embargo, los nuevos documentos plantean interrogantes sobre la naturaleza y alcance del vínculo entre ambos y reavivan sospechas sobre la red de poder, dinero y silenció que rodeo el caso Epstein. Incluso, dentro del movimiento Make America Great Again (MAGA), algunos seguidores le han exigido al mandatario cumplir su promesa de publicar las actas sobre el caso Epstein, una acción que prometió antes de las elecciones pero que, sigue sin concretarse.
Más allá de las implicancias legales, este episodio reabre el debate sobre la moralidad política y la instrumentalización de la fe. Trump ha construido su electorado y liderazgo apelando a los valores cristianos y al respaldo de amplios sectores evangélicos y católicos que lo consideran un “defensor de la familia tradicional”. No obstante, la persistencia de estos casos sugiere una profunda contradicción entre el discurso moral y la práctica del poder.









