Rafael López Aliaga dejó el sillón municipal para lanzarse al más alto cargo del país. Pero su discurso trasciende la gestión y la política: se presenta como un cruzado moral, un empresario “en misión divina” que promete limpiar al Perú de la “decadencia espiritual y moral”. En medio de un escenario político fragmentado, su narrativa religiosa se convierte en su principal arma electoral.
El político que predica
Desde su campaña para la alcaldía, López Aliaga ha recurrido al lenguaje religioso: habla de “pecado”, “purificación” y “misericordia divina”. En sus discursos se refiere a Dios, la Virgen María y la “lucha contra el mal”, un estilo que recuerda más a un sermón que a un mitin político.
Sus seguidores lo llaman “Rafa”, y lo ven como un líder moral más que como un gestor público.
«El Perú necesita arrepentirse y volver a Dios”, repite en casi todos sus actos públicos.
La fe como bandera política
El líder de Renovación Popular ha sabido capitalizar el descontento moral de amplios sectores conservadores, sobre todo católicos y evangélicos. Su propuesta no se centra tanto en políticas públicas como en un llamado espiritual: “reconstruir la nación desde la fe”.
Esa narrativa le permite conectar con votantes que se sienten ajenos al sistema político tradicional, pero también lo enfrenta a quienes alertan sobre los riesgos de confundir religión y Estado.

El peligro del mesianismo político
Diversos expertos advierten que esta mezcla de fe y poder puede reforzar un tipo de populismo moral, donde el líder se presenta como enviado de Dios y por encima de las instituciones.
En un país donde la religión sigue teniendo fuerte peso cultural, este discurso puede polarizar aún más el escenario electoral.
Entre oraciones y promesas, Rafael López Aliaga busca transformar su cruzada espiritual en una victoria electoral. En un país donde la fe mueve montañas y votos, su campaña promete ser tanto una batalla política como una contienda de almas.







