La mayoría de lectores estarán alistando sus disfraces, o quiza afinando sus guitarras, pero no quería dejar pasar este día sin conmemorar los 508 años de la Reforma Protestante.
Un día como hoy hace más de cinco siglos, un acto aparentemente simple cambió para siempre el rumbo de la historia. Ese día, en 1517, un monje alemán llamado Martín Lutero clavó en la puerta de la Iglesia del Palacio de Wittenberg un documento con 95 tesis que cuestionaban la venta de indulgencias: una práctica mediante la cual se ofrecía el perdón divino a cambio de dinero.
No era solo un desacuerdo doctrinal, sino una denuncia frontal contra la institución más poderosa de su tiempo: la Iglesia Católica Romana. Su reclamo defendía que la salvación no era una mercancía y que ninguna autoridad debía interponerse entre las Escrituras y las personas.
Por eso, uno de sus actos más revolucionarios fue traducir la Biblia a la lengua del pueblo, permitiendo que cualquiera pudiera leerla sin depender del clero. Ese gesto impulsó la alfabetización masiva y abrió el camino para que el pensamiento crítico tomara espacio en una sociedad acostumbrada a obedecer.
Aunque la Reforma nació como un movimiento espiritual, rápidamente generó cambios políticos y culturales profundos. Al cuestionar la autoridad papal, los Estados europeos ganaron poder e independencia, lo que transformó el mapa del continente. De forma paralela, la expansión de la lectura y el debate intelectual alimentó una cultura donde disentir ya no era un delito, sino un derecho.
Lutero sentó las bases de ideas que hoy consideramos pilares de la modernidad: libertad de conciencia, separación entre Iglesia y Estado, responsabilidad individual, acceso al conocimiento, dignidad intelectual. Su insistencia en que el individuo podía —y debía— pensar por sí mismo detonó un proceso histórico cuya resonancia se siente hasta hoy.
A día de hoy seguimos discutiendo sobre esos mismos temas: el poder, la verdad, la libertad. Aún enfrentamos instituciones que buscan monopolizar el discurso, formar dogmas, manipular conciencias o vigilar la fe ajena. Por lo que la Reforma sigue siendo tan vigente: nos recuerda que ninguna institución humana tiene autoridad sobre la conciencia.
Finalmente, lo que comenzó como un cuestionamiento teológico terminó por fracturar Europa, impulsar nuevas instituciones y abrir el paso a la modernidad tal como la conocemos hoy.







