En medio de la aguda crisis política peruana, la reciente aparición – 30 de agosto – del ministro de Justicia, Juan José Santiváñez, en Bethel TV reaviva el debate sobre la instrumentalización de la fe y la creciente politización de los medios supuestamente confesionales. El canal, que se autodefine como cristiano, decidió abrirle un espacio al funcionario más cuestionado del gabinete, pese a que enfrenta investigaciones por presunto tráfico de influencias, miembro de organización criminal y críticas por su breve pero controvertido paso por el Ministerio del Interior.
Un regreso cuestionado
Nombrado ministro de Justicia el pasado 23 de agosto, Santiváñez llegó al cargo tras haber sido censurado meses atrás como ministro del Interior. Su retorno a un ministerio clave encendió nuevas alarmas sobre la transparencia del Ejecutivo y la persistencia de prácticas políticas que vulneran la transparencia institucional. Lejos de quedar relegado tras su salida del Interior, se mantuvo en el aparato estatal como jefe de la Oficina de Apoyo al Consejo de ministros, una posición estratégica desde donde mantuvo contacto directo con el poder Ejecutivo y Legislativo.
Que un canal religioso decida darle tribuna en este contexto plantea preguntas de fondo. ¿Se trata de un gesto de fe genuina o de un claro intento de legitimar a un político cuestionado bajo un discurso espiritual? Durante su intervención en Bethel TV, Santiváñez recurrió a frases como: “Soy una persona absolutamente creyente y siempre he dicho que no soy más que un instrumento de Dios” y “muchísimas gracias por sus oraciones, que Dios los use siempre”. Estas expresiones, en boca de un ministro cercado por sospechas de corrupción, evidencian un recurso recurrente en la política latinoamericana: el uso de símbolos religiosos para reforzar credibilidad en un escenario de descrédito institucional.
Respaldo político de un canal de fe
En la misma línea, el congresista y vocero de Bethel TV, Alejandro Muñante, aprovechó la emisión del programa del día 25 para respaldar abiertamente al ministro Santiváñez. En su intervención, no dudó en descalificar a quienes cuestionan su nombramiento, a quienes calificó de “caviares” o “sectores de izquierda”. Incluso llegó a afirmar que “el sector caviar solo se encargó de sacar a Santiváñez del camino” y que “son ellos quienes desacreditan a quienes proponen un cambio”.
Es necesario precisar que el problema no radica en la fe del señor Santiváñez, la cual es legítima y respetable, sino en cómo está utilizada en un espacio mediático confesional que debería estar al servicio de la comunidad creyente y no de intereses partidarios particulares. Es posible afirmar que, en los últimos años, Bethel TV se ha convertido en un actor político en sí mismo, otorgando visibilidad selectiva y reforzando discursos afines a determinadas corrientes ideológicas.
En este contexto, la invitación al ministro cuestionado no solo normaliza su presencia en el aparato estatal, sino que transmite la idea de que el respaldo religioso equivale a legitimidad política. Esto es particularmente grave en un contexto donde la fe transforma en una herramienta de validación que beneficia a quienes buscan limpiar y legitimar su imagen en el escenario público.