Este 21 de julio se lanzará oficialmente la ruta turística “Los Caminos del Papa León XIV”, un ambicioso proyecto que busca recorrer los lugares donde el actual pontífice vivió su misión pastoral en regiones como Callao, La Libertad, Lambayeque y Piura. La iniciativa contará con una inversión pública de S/ 540 millones, y ha sido presentada como una propuesta de desarrollo turístico, cultural y social, según informó la ministra de Comercio Exterior y Turismo, Desilú León. El anuncio se hizo tras una sesión del Consejo de Ministros.
Pero más allá del presupuesto, esta ruta invita a preguntarnos: ¿qué narrativa está promoviendo el Estado al respaldar institucionalmente este recorrido? ¿Qué símbolos y referentes culturales se están priorizando cuando se elige enaltecer la figura de un líder religioso como eje central de un proyecto nacional?
El relato que se construye —según la propia presentación del proyecto— gira en torno a la fe, la espiritualidad y el testimonio de vida del Papa. Se señalizarán templos, se pintarán fachadas, se organizarán actividades culturales en torno a su paso por estas ciudades. En términos simbólicos, el Estado está diciendo: este personaje representa algo que vale la pena exaltar públicamente.
Sin embargo, Perú es un país profundamente diverso: alberga cosmovisiones indígenas, culturas afroperuanas, expresiones seculares, otras confesiones religiosas y memorias colectivas aún poco reconocidas desde el Estado. Cuando la inversión cultural y simbólica se concentra en una figura religiosa específica, es válido preguntarse: ¿qué otras historias se están dejando de contar?
Este no es un cuestionamiento a la figura del Papa ni a la religión que representa, sino a la tendencia estatal de privilegiar ciertos relatos sobre otros. Si el Estado elige qué símbolos destacar —y respalda esa elección con recursos públicos— también está moldeando la identidad colectiva del país.
Una verdadera política cultural debe promover la pluralidad, la memoria compartida y el reconocimiento de todas las voces. De lo contrario, corremos el riesgo de usar lo público para reforzar una sola forma de entender la fe, la historia y la nación.