El expresidente Pedro Castillo Terrones, hoy recluido en el penal de Barbadillo junto a figuras como Alejandro Toledo, Martín Vizcarra y Ollanta Humala, dejó tras de sí un legado de promesas incumplidas y episodios nefastos en la política peruana.
Hoy, sin escuderos ni portátiles, su figura nos recuerda un capítulo oscuro en la historia del periodismo: la llamada “prensa alternativa”, que operó como defensora encubierta del magisterio rural, instalando una narrativa de “resistencia democrática” frente al Congreso.
El extraño caso de Aníbal Stacio:
El exmandatario tenía vínculos con Aníbal Stacio, un joven que fue imagen de la denominada “Prensa Alternativa” y a la vez simpatizante de Perú Libre. Stacio apareció en espacios como TV Perú, Fuego TV, Diario Uno entre otros, donde defendió a Castillo y cuestionó su vacancia, mientras que en redes sociales amplificaba el discurso de persecución política contra el entonces presidente.

“Pedro Castillo en efecto es inocente, ahora como balance de su gobierno hay que cuestionar realmente que cosas mejoro realmente al pueblo”, comentó Stacio a través de X.
De igual manera, Castillo era respaldado por el entonces presidente del Consejo de Ministros, Aníbal Torres, quien calificó a Karelim López de “profesional de la mentira” por acusar al profesor de liderar una organización criminal. Además, Torres atacó directamente a medios de comunicación, acusándolos de colusión para desprestigiar a Castillo y su gobierno.
La acción mediática a favor de Castillo llegó a tal punto que el Congreso debatió un proyecto de ley para reconocer oficialmente a la prensa alternativa, lo que evidenciaba un intento de institucionalizar su influencia. El premier Torres, como portavoz del régimen, presentó a estos medios como aliados estratégicos y utilizó la narrativa de “prensa mercenaria” para desacreditar a los medios tradicionales que criticaban al Ejecutivo.
No obstante, cuando Castillo fue removido del cargo, ese respaldo mediático se diluyó rápidamente: los titulares que antes lo exaltaban desaparecieron, y los mencionados medios dejaron de posicionar su narrativa de defensa.

En contraste, ahora vemos otra corriente mediática —crítica en su sesgo, pero igualmente activa—: candidatos religiosos se convierten en protagonistas de una nueva prensa confesional. Rafael López Aliaga y Renovación Popular encabezan un discurso conservador y moralista que descalifica a quienes no comulgan con su visión, respaldados por espacios confesionales como Bethel y el programa Cuestión Previa, conducido por el congresista Alejandro Muñante.
Por su parte, Keiko Fujimori y Fuerza Popular, sin ser un partido confesional, mantienen conexiones con agrupaciones religiosas como Con Mis Hijos No Te Metas y Marcha por la Vida. Medios como América TV le han otorgado cobertura favorable, desde la aparición de Kenji Fujimori en El Gran Show hasta entrevistas más benévolas con figuras como Mávila Huertas, ahora conductora en Panamericana, así como apariciones con Gisela Valcárcel durante su última campaña presidencial.
Philip Butters, precandidato por Avanza País, aunque no se muestra abiertamente religioso, adopta una postura marcadamente conservadora. Su vínculo con Willax TV, donde fue conductor, le otorga una plataforma de visibilidad y respaldo mediático que otros candidatos no poseen.
Esta práctica no es exclusivamente local. En toda la región, la alineación entre Iglesia y Estado, medios y política crece: Castillo mismo recibió pastores evangélicos en Palacio de Gobierno durante su gestión, y hoy esa relación se recicla como mensaje electoral, potenciado por podcasts, redes sociales y streamings que conectan con audiencias jóvenes.
Así, lo que se presenta como “prensa alternativa” o “libertad religiosa” es una herramienta política: medios que pierden neutralidad, amplifican discursos y contribuyen a polarizar el campo político, más allá de lo ideológico, hacia lo confesional.
En un país donde los medios ya no solo informan, sino que se convierten en protagonistas, las elecciones de 2026 se perfilan como un escenario donde la narrativa será tan determinante como los propios votos. La prensa, en todas sus versiones —tradicional, alternativa, confesional o digital—, ya no se limita a narrar la realidad: la interpreta, la edita y la dirige según intereses políticos, económicos o religiosos. Este poder, que históricamente ha inclinado la balanza electoral, hoy se potencia con redes sociales y formatos de consumo rápido que moldean percepciones en cuestión de horas.
El desafío es que la ciudadanía se enfrente a este bombardeo mediático sin perder criterio, porque cada titular, cada transmisión en vivo y cada “opinión editorial” es parte de una estrategia mayor: ganar simpatías, sembrar miedos y legitimar agendas. No se trata solo de quién gobierne, sino de quién controle el relato. Y en estas elecciones, más que nunca, el relato es poder.