La religiosidad se presenta ahora como un camino para difundir cultura y, a la vez, dinamizar la economía local. El Gobierno Regional de Cusco acaba de lanzar la “Ruta de la fe 2025”, un circuito turístico que invita a recorrer la riqueza religiosa, gastronómica, artesanal y patrimonial del Valle Sagrado de los Incas.
El recorrido parte desde la ciudad de Cusco y abarca la Iglesia Santísimo Salvador del Mundo en San Salvador, el Santuario Nacional del Señor de Huanca, un almuerzo típico, el Museo Comunitario de Pisaq, su sitio arqueológico y el mercado artesanal. Pero detrás de cada templo y cada tradición está la pregunta de fondo: ¿Cómo asegurar que lo sagrado no se convierta en un producto más de consumo turístico?
Si bien, se espera que este proyecto no solo genere estímulos económicos, sino que se convierta en una alternativa turística competitiva y sostenible. Además de afianzar el posicionamiento de Cusco como referente mundial del turismo religioso y cultural.

Es importante posicionar a la fe, en su esencia más pura, ya que esta no debería reducirse a cifras ni a estrategias de mercado. Puesto que, en el momento que se convierte en un motor de turismo, corre el riesgo de ser vista únicamente como un recurso explotable. Sin embargo, bien entendida, la fe puede ser un puente: un camino que conecta a los viajeros con la historia, la identidad y la espiritualidad de un pueblo.
El turismo religioso no tendría que vaciar de sentido lo sagrado, sino abrir un espacio de encuentro. Que quien recorra un santuario, participe en una procesión o visite un templo, no solo mire con ojos de turista, sino también con respeto por aquello que sostiene la vida espiritual de las comunidades.
En ese equilibrio radica la verdadera riqueza: reconocer que la fe no se vende, se comparte.