El lunes 06 de octubre, a tan solo unas semanas de las próximas elecciones legislativas en Argentina, Javier Milei volvió a demostrar que su política es, ante todo, una puesta en escena. En la Movistar Arena de Buenos Aires, el presidente argentino presentó su nuevo libro “La construcción del milagro: el caso argentino” en un evento que se transformó en un concierto de rock con luces, gritos, guitarras eléctricas y cantos en hebreo. En medio de arengas, Milei dedicó palabras de apoyo a Israel, para posteriormente entonar fragmentos de Hava Naguila, una canción tradicional judía.
MI NUEVO LIBRO https://t.co/e2BLB0sXIi
— Javier Milei (@JMilei) September 21, 2025
El espectáculo abrió puerta a una pregunta ¿Qué papel cumple el judaísmo en el discurso político de un presidente que se declara católico? ¿Se trata de una búsqueda espiritual genuina o de una estrategia política cuidadosamente calculada?
No es la primera vez que Milei recurre a símbolos del judaísmo. Desde su visita oficial a Israel en el 2024, el mandatario ha declarado estudiar el Torá, respaldado incondicionalmente la ofensiva militar israelí contra la Franja de Gaza a pesar de las acusaciones sobre genocidio por las Naciones Unidas y ha prometido trasladar la embajada de Argentina de Tel Aviv a Jerusalén. En varias entrevistas, afirmó sentir “profunda admiración” por la tradición judía y el Estado de Israel, al cual considera “el bastión de occidente”, así como al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, a quien ha incluso llamado “queridísimo amigo”.
Sin embargo, más allá de su interés personal, estos gestos construyen una narrativa política. En el contexto internacional, alinearse simbólicamente con Israel y adoptar elementos de su liturgia proyecta una imagen de alianza y complejidad con los gobiernos que apoyan a este Estado, como Estados Unidos, Alemania, Italia y Hungría, así como con movimientos evangélicos que hoy sostienen un discurso “pro-Israel” al considerarlo el “Pueblo de Dios” y un sinónimo de defensa de la civilización judeocristiana.
El problema no está en que un católico cante en hebreo, sino en la forma en que el gesto se convierte en espectáculo político. Cuando la religión se instrumentaliza, deja de ser una expresión de fe y pasa a ser un elemento escenográfico que busca impacto emocional y adhesión ideológica.










