En Kenia, un país donde ser gay puede implicar hasta 14 años de prisión según la legislación vigente, la fe a menudo se convierte en un arma más que en un refugio para las personas LGBTQ+. Las iglesias católicas, protestantes y también las mezquitas suelen condenar abiertamente las relaciones entre personas del mismo sexo como antirreligiosas y contrarias a la cultura nacional.
En ese panorama hostil, la Cosmopolitan Affirming Church (CAC) representa un respiro. Se trata de una comunidad cristiana en Nairobi que recibe sin reservas a las personas queer y les ofrece un espacio seguro para vivir su fe.
El pastor Godfrey Adera, en diálogo con El País, resume la misión de la iglesia en una frase: “La religión va de bienestar, de amarse. Es un error usarla para hacer daño, para criminalizar a gente que de ninguna manera es criminal”.
La CAC se define como una comunidad inclusiva de fe que permite a las personas LGBTIQ explorar su espiritualidad en un entorno afirmativo, lejos de los juicios y el rechazo de otros espacios religiosos. Allí encuentran no solo práctica religiosa, sino también apoyo emocional y social.
Kevin (nombre ficticio), un joven de 22 años que vive en Nairobi, cuenta que lleva dos años asistiendo a las reuniones: “Un amigo me habló de este lugar. Vine por curiosidad y, como me gustó, decidí quedarme. Ahora intento no faltar ni un domingo”.

Pero la CAC no solo se centra en lo espiritual. También busca responder a la precariedad social y laboral que enfrentan muchos de sus miembros. “Algunas veces he ido a entrevistas y lo único que me preguntan es por mi sexualidad. Les digo: creo que deberían interesarse en mis habilidades, no en con quién duermo”, afirma Adera.
Sin embargo, la CAC como institución también ha tenido dificultades, se ha enfrentado a detractores y persecuciones, de modo que se han mudado más de 10 veces desde 2021.
Así lo confirmó una de sus fundadoras Caroline Omolo: “Nos juntábamos en una casa particular hasta que una organización de trabajadoras sexuales nos prestó su sede”.
En un país donde la homofobia está normalizada tanto en el ámbito social como en el institucional, estos ambientes se convierten en auténticos refugios de fe y dignidad, libres de persecución. No son templos que buscan lucrar con la espiritualidad, sino espacios donde la fe deja de ser un arma y vuelve a ser lo que debería: un lugar de acogida y esperanza.