Nuevamente el presidente Javier Milei se coloca en el centro del debate religioso. Tras su polémica presencia en la inauguración del cuestionado templo evangélico “Portal del Cielo”, el mandatario argentino ahora gira la mirada hacia el judaísmo. El mandatario ha tomado partido en el conflicto entre Palestina e Israel y busca consolidar un papel protagónico al estrechar los lazos entre América Latina e Israel.
La propuesta se enmarca en un contexto en el que varios países de la región —como Bolivia y Colombia— han expresado posturas más cercanas a Palestina, lo que marca un contraste con la posición abiertamente proisraelí del mandatario argentino.
El plan surge luego de que Milei recibiera, el pasado 12 de junio, el Premio Génesis 2025, conocido como el “Nobel del mundo judío”. El galardón, entregado en Jerusalén, reconoció su respaldo al Estado de Israel y sus esfuerzos por fortalecer la relación entre ambos países.
Según informó la prensa israelí y argentina, el dinero recibido con el premio será destinado a financiar proyectos y actividades que busquen tender puentes entre Israel y distintos sectores de América Latina, fomentando la cooperación en áreas como la educación, la cultura, la economía y el diálogo interreligioso.
La decisión de Milei refuerza la línea política y diplomática que ha mantenido desde el inicio de su mandato: un apoyo explícito a Israel en escenarios internacionales, a contracorriente de las tendencias que han mostrado otros gobiernos latinoamericanos.
Con esta iniciativa, Argentina se proyecta como un posible intermediario regional en las relaciones con Israel, lo que también abre el debate sobre el lugar que ocupan la política exterior y las alianzas religiosas en la configuración geopolítica latinoamericana.
Sin embargo, su acercamiento a espacios de fe tan diversos —desde iglesias evangélicas cuestionadas hasta las más altas instancias del mundo judío— abre una interrogante mayor: ¿es Milei un presidente que se mueve por convicciones espirituales o un político que instrumentaliza la religión como plataforma de poder?