Durante la homilía del Te Deum por Fiestas Patrias, el cardenal Carlos Castillo, arzobispo de Lima, pronunció una frase que ha generado amplio debate: “Es fácil ser dictador, pero muy difícil saber gobernar.”
Aunque no mencionó nombres, el mensaje fue interpretado como una crítica directa a la presidenta Dina Boluarte, quien se encontraba presente en la ceremonia. Castillo también señaló que muchos gobernantes actúan con “criterios frívolos y banales”, y que el pueblo “interpela, exige y grita sus derechos”.
El comentario no pasó desapercibido. Mientras algunos sectores aplauden la intervención del cardenal como una necesaria voz moral en tiempos de crisis institucional, otros cuestionan el nivel de involucramiento de la Iglesia Católica en los asuntos políticos del país.
Este episodio reabre un viejo debate: ¿debe la Iglesia opinar sobre el poder político desde el púlpito? Y más aún: ¿es coherente que lo haga en ceremonias oficiales donde asiste el gobierno en pleno?
Carlos Castillo no es ajeno a los temas públicos. Ha hablado antes sobre desigualdad, justicia social y derechos humanos. Pero su silencio durante el gobierno de Pedro Castillo, contrastado con su actual tono crítico hacia Boluarte, ha generado suspicacias sobre la selectividad de sus intervenciones.
En un país oficialmente laico, donde la separación entre Iglesia y Estado es formal pero no siempre práctica, el peso simbólico de una homilía como esta sigue teniendo impacto político.
¿Es el papel del cardenal profético, pastoral o político?