El pasado 1 de junio, se realizó en Perú la Marcha de la Vida, con la participación diversas Iglesias entre ellas el Movimiento Misionero Mundial, conocida por su lucha contra el antisemitismo y la conmemoración de las víctimas del Holocausto judío.
Aunque el evento reunió a miles de personas – en su mayoría provenientes de iglesias evangélicas y católicas – no pasó desapercibido el mensaje político ajeno al enfoque humanitario que originalmente motivó la participación cristiana en este evento. La exhibición de banderas de Israel, en el contexto del conflicto bélico contra Palestina, y la participación de líderes políticos al frente de la marcha han llevado a preguntarse: ¿Sigue siendo esta manifestación una expresión de fe o se ha transformado en un acto ideológico?
Del mismo modo, permitir que autoridades políticas (que dicen alinearse a los ideales cristianos), usen este tipo de eventos para obtener respaldo popular representa una peligrosa instrumentalización de la fe. Estas acciones diluyen la frontera entre lo espiritual y político, poniendo en riesgo la integridad ética de las iglesias cristianas. En este escenario, nos planteamos ¿Debe la fe condicionarse a posturas ideológicas? ¿No es también cristiano cuestionar las estructuras de poder que no representen los valores bíblicos? En una sociedad tan diversa como la peruana, el respeto al pluralismo religioso y la libertad individual constituyen valores fundamentales.

Resulta necesario que las iglesias cristianas reflexionen sobre su papel en el espacio público. Defender la dignidad no debería implicar alinear la fe con agendas partidarias ni defender ciegamente a quienes dicen hablar en nombre de Dios. La espiritualidad no necesita banderas, sino coherencia entre el mensaje divino y compromiso con la justicia, la verdad y el amor al prójimo.